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El antes y el después

Omar Gasca

Como en cajones de archivero, un día alguien decidió dividir la historia en Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna y Época Contemporánea. ¿Qué hubo antes de la historia? La Prehistoria, claro. ¿Y antes de la Prehistoria? Bueno, pues esos largos periodos como la Edad del Hielo, Edad Piedra, Edad de Hierro, por ejemplo.

Tal segmentación supuestamente obedeció a la observación de conjuntos de hechos cualitativamente distintivos, pero en algunos casos ciertamente imprecisos si se tratara de establecer de forma categórica y concluyente la frontera, los limites definidos e incuestionables entre esos “momentos”. Por supuesto, la inexactitud aumenta si se pierde la referencia o el contexto de cuándo se efectuó la división: la Edad Media o Medioevo, no está ahora en medio de nada. De verdad, ¿el Renacimiento inició en el siglo XV? (otro tema es –hasta pena da– que hay muchísimas mentes decimonónicas en cuerpos del siglo XXI. Capítulo aparte).

            También hay una Posthistoria o un fin de la historia, concepto que suele interpretarse equívocamente en función de la maña típica de quedarse con los enunciados o descriptores y no avanzar en la idea. El fin de la Historia y el último hombre (The End of History and the Last Man) es el libro en que Francis Fukuyama afirma que la Historia, entendida como lucha de clases, como oposición de ideologías, ha llegado a su termino frente a los embates de la democracia neoliberal; los hechos sociales, políticos y económicos de la realidad mundial, sin embargo, lo contradicen, prácticamente hasta el ridículo: véase Chile, Perú, Bolivia, Líbano, Ecuador, Guinea, Hong Kong, Reino Unido, Camerún, Francia, Egipto, Alemania…

            En el repertorio de finales, Donald Kuspit introdujo su ensayo “El fin del arte”, en el que sostiene que éste se acabó al perder su carga estética. Y para continuar con el ritmo de los antes y los después, Alan Kaprow vino a decirnos que el arte había muerto y dado paso al “Postarte”, un nuevo tiempo para la creación caracterizado por su banalidad y paradójicamente por poner a un lado la creatividad en favor de la inteligencia.

            Luego, Arthur C. Danto, con su texto Después del fin del arte, en el que refiere la necesidad de cambiar de ángulo de observación, de reformular los conceptos.  Es cierto, en el siglo XIX Hegel ya se había pronunciado acerca del fin del arte, pero ni él, ni Danto, ni Kaprow ,ni Kuspit, ni Fukuyama, hablan en realidad de la muerte o del fin de nada; son cambios, un antes y un después. Nos gusta ese juego y, de hecho, al alcanzar cierta edad, las personas suelen aludir constantemente al antes y, como sabemos, hay muchos aficionados y aficionadas a dejar para después, es decir, eso que hoy recibe el anamórfico término “procrastinar”, acuñado por algún mareado Arzobispo de Constantinopla.

En la conversación de estos días, frecuentemente entre muros y a través de plataformas como Zoom o Google Meet, como salpicaduras inevitables aparece ya con alguna tenacidad la expresión “antes de la pandemia”, que prefigura algunos cambios. “Antes”, al inicio de una notica en un diario, podíamos interpretar que AP valía para Associated Press. En poco tiempo, AP significará “Antes de la Pandemia, sí, como una nueva era o periodo o época o como quiera llamársele a esos días en que salíamos con cierta libertad y veíamos a la familia y los amigos e íbamos al trabajo y de compras y a dar un paseo.

 Su contraparte, DP, extrañará a los fans y groupies de la banda inglesa Deep Purple, porque se leerá como “Después de la Pandemia”, signo y señal que reflejará la superación de la enfermedad por coronavirus, el abandono del encierro e, idealmente, la recuperación de la economía, la de los grandes indicadores pero, también, la del bolsillo. Ojalá.

            Para entonces, esperemos que sobrevivan la historia, el arte, lo que valga la pena y nosotros, que tendremos que volvernos otros con tal de dignificar la vida en todas sus formas y relaciones. Los tiempos que siguen, para que de veras sigan, tienen que transcurrir en un después inteligente, sensible, ético e incluyente.

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