Cuando pequeños la magia nos ilusionaba, nos hacia creer en lo imposible y nos ayudaba a convertirnos en seres extraordinarios. En la infancia la magia es tan concreta como la comida, y tan increíble como la mamá.
¿Y que pasaría si trajéramos la magia a lo que estamos viviendo?
Solemos pensar en la magia como algo que esta fuera de nuestra cotidianidad, o que no sucede en nuestras vidas, que es algo que pensábamos cuando éramos niños, y ahora que somos adultos decidimos que la magia no existe.
No obstante, la magia ocurre en momentos en que necesitamos que nos salven, y la llamamos casualidad. También cuando deseamos convertirnos en seres fenomenales, y eso pasa cuando logramos lo que nos habíamos propuesto. Asimismo ocurre cuando una posibilidad se cierra para dar paso a otra aún más increíble. La magia existe, pero le hemos cambiado el nombre.
¿Y que pasaría si ahora te digo que la magia es posible?
Date un minuto, cierra los ojos e imagínate: ¿qué pedirías? ¿qué solucionarías? ¿con quién la compartirías? ¿cómo sería ser un mago de verdad?
Solo el pensar en la posibilidad de convertirnos en seres mágicos nos ayuda a recuperar la ilusión que teníamos de pequeños. Esa ilusión se nos aloja en el cuerpo como una especie de cosquilleo que se muestra en el rostro como una sonrisa, que nos cambia la expresión. Se nos muestra en las manos porque las sentimos, en los pies porque nos damos cuenta donde estamos parados, en el corazón porque se acelera y en la respiración porque se hace más profunda.
No tiene que ser verdad lo de la magia para sentir que ésta nos ayuda a crear ilusiones, a crear mundos que están fuera de acá y a ayudarnos a sentir a salvo y valientes.
Entonces ahora te invito a cerrar los ojos, respirar profundo e imaginarte … no tiene que ser verdad, pero si puede ser mágico.
