Este ha sido un año diferente, inesperado, caótico para muchos. La vida nos ha puesto en el camino situaciones que no esperábamos, y aunque quizás la vida sea justamente eso (una serie de eventos inesperados), me da la sensación que esto cobró aún más fuerzas en el contexto de pandemia que vivimos a nivel mundial.
Los bebés a quienes les ha tocado llegar al mundo este último año también han tenido que enfrentar un estilo de vida antes impensado: ver poca gente, menos contacto social, sentir en el aire cierta incertidumbre, además de ver tantas caras con la nariz y boca cubiertas; las mascarillas se han convertido en un accesorio más de nuestro cotidiano, y eso impide vernos tal cual somos.
Yo me pregunto cuánto afectará esto a los más pequeñitos, quienes se sienten especialmente atraídos e interesados en el rostro humano, en el que buscan conectar y comprender las emociones escondidas en sutiles expresiones de ojos y bocas.
El fin de año se acerca, y con ello las celebraciones de navidad y año nuevo, con todo el alboroto que esto implica. Salgo a la calle y veo cientos de autos, y personas yendo de allá para acá. Veo tráfico en las calles y ojos impacientes en la espera de esa fila interminable que te obligan a hacer antes de entrar a un centro comercial.
Y yo vuelvo a pensar en los bebés, que tienen otro ritmo, otras prioridades, otra velocidad. Son nuestros pequeños maestros que nos recuerdan que lo esencial, en estos tiempos y siempre, no está en eso que aún no compro, sino en el otro, en conectar con la mirada de esa persona especial que nos acompaña en el camino, en disfrutar de lo simple que ya tenemos.
Una invitación de la filosofía educativa Pikler y RIE es justamente eso, a disminuir la velocidad, sobretodo en el cuidado de bebés y niños, y con eso abrirnos a observar más detenidamente y a disfrutar. El ritmo de vida tan acelerado nos aleja a veces de lo que realmente importa, de la belleza de los detalles, de lo simple, de lo que ya está ocurriendo a nuestro alrededor.
Espero que este fin de año dediquemos tiempo y espacio a conectar con quienes más queremos, a dejar de lado las compras excesivas de objetos e invertir tiempo y energía en gozar de lo que ya poseemos. ¡Hagamos como los bebés! y mirémonos a los ojos, apreciemos la naturaleza, el canto de los pajaritos, el sonido de las hojas con el viento.
Al fin y al cabo estamos acá, seguimos en este camino llamado vida y, en mi opinión, ese es el mayor regalo que podemos recibir, y un gran motivo para detenernos a agradecer.
Hagamos que este loco año termine en calma y paz. Vayamos despacito, no hay apuro. Lo esencial ya lo tenemos, sólo falta notarlo.
¡Felices fiestas!