La diferencia entre lo que es y lo que puede ser, marca la historia. No hablamos de “Ser o no ser”, el soliloquio de Hamlet, de Shakespeare, pero algo tiene que ver. Una cosa es lo que es y otra lo posible, es decir, que puede suceder, existir o ser, pero no es un hecho.
Parte de los comportamientos sociales considerados negativos con relación a las restricciones por la COVID-19 –no usar cubrebocas o salir o reunirse aunque haya contraindicaciones al respecto– se debe a que para algunos la pandemia es solo una amenaza y en consecuencia nada más que un anuncio de un mal futuro; apenas una condición de posibilidad, en tanto el hambre, la marginación, la falta de techo y de diversos insumos básicos, es un hecho consumado, cumplido; una realidad declarada y palpable. ¿Por qué tomar tan en serio esa amenaza? En todo caso, si el mal se presenta, para como son las cosas, será uno más.
En la zona de penumbra en que viven millones de seres humanos, marginados, inmersos en distintas clases de abandono y sin control de la realidad económica y social desencadenada sobre ellos, la importancia concedida al problema puede no ser la esperada o exigida por otros. Es casuística su respuesta, esto es, un razonamiento basado en casos, sus casos, que actúan en lo manifiesto y no en lo latente, en lo potencial.
Hay un doloroso dominio del arte de sobrevivir y un agudizado, forzado y terrible dominio del arte de perder. Algo como esas primeras líneas del poema de Elizabeth Bishop: “No, no es difícil dominar el arte de perder: / hay tantas cosas empeñadas en / perderse, que su pérdida no importa. / Pierde algo cada día…”. (“The art of losing isn’t hard to master; / so many things seem filled with the intent / to be lost that their loss is no disaster. / Lose something every day…”). Solo que no es lo mismo perder algo que se tiene, que perder la posibilidad de tenerlo. Hay quien pierde oportunidades y quien las tiene perdidas de antemano, aunque, claro, habrá quien tenga elucidaciones convenientes, la “explicación lógica” que corresponde a lo que algunos psicólogos llaman “racionalización”, ese fenómeno mediante el cual se pretende justificar alguna acción –y en este caso la omisión– con tal de librar la culpa.
Alrededor de 800 millones de personas viven por debajo del umbral internacional de pobreza, con poco menos de dos dólares americanos por día. En el mundo, donde trabajan más de 200 millones de menores de edad, por cada 100 hombres entre 25 y 34 años que viven en extrema pobreza, hay 122 mujeres en la misma condición, y uno de cada 4 niños menores de 5 años tiene una estatura impropia para su edad. Eso para citar unos cuantos casos. ¿Hay vacuna para ello? ¿Se resolverá su situación en un plazo conocido?
Por alguna razón, quizá por las fechas navideñas, se escucha aquí y allá Vive, la canción de José María Napoleón, interpretada por él mismo, que en alguna de sus líneas dice: “Trata de ser feliz con lo que tienes…”.
La idea no es mala si se refiere a no buscar la felicidad en el consumo material excesivo pero, ¿se le puede decir lo mismo a quien no tiene nada?
Muchos no tienen nada. Ni miedo. La crisis sanitaria actual no es más dramática que la crisis inacabable en que nacen y mueren.
Hamlet sigue: “¿Y nos hace más bien soportar esos males que tenemos / Que volar a otros que no conocemos?” (“And makes us rather bear those ills we have / Than fly to others that we know not of?”).
Hay los otros, por supuesto, que con prepotencia, negligencia, apatía, valemadrismo o como se llame, desatienden toda recomendación respecto a posibles contagios.