El camino comenzó cuando comencé a recordar . . .
Recuerdo lo que fue la actividad más angustiante de mi vida: ir a la escuela. Esa obligación que en mi cabeza infantil dimensionaba como perpetua en la que verificaba cada maldito día cuan rara era, desencajada y extranjera. Obligada a aprender lo que no sentía, aceptando reglas que no elegia .
Aprender a vivir hacia afuera: ser menos bicho bolita y más nena;
Muchos de mis compañeros varones eran para mi pequeños monstruos penosos, jamas pude aprender a tolerarlos. De hecho, los detestaba, demostraban la mayor parte del tiempo estar empecinados a enfocarse en herir al resto a través de la burla y humillación por cualquier razón externa o interna que pudieran percibir “errada” de la “normalidad”.
Por supuesto a mí me tocó también por mi apariencia de palito largo y flaco y después por mis pechos de nena que jamás crecieron y que aquellas tempranas burlas me enseñaron a reprobar. Pechos que hoy amo y que de alguna manera encarnan esa suerte de complejo de Alicia en el pais de las maravillas que hasta hoy sigue apareciendo intenso, desde la niña solar que se apodera para alertar mi seriedad y devolverme al juego.
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