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Emigrar: una lección de vida

Huka falls, Taupo, Nz. Archivo personal Eliana Rosero
Huka falls, Taupo, Nz. Archivo personal Eliana Rosero

Jamás imaginé salir de mi país, y aunque suene a “frase de cajón”, es verdad. Cuando vivía en la finca de mi abuelo, mi mundo se limitaba a despertar con bellos amaneceres, mi mejor amiga era una perrita pekinés a la que llamaba “Vicky”, y mis días se iban entre ir a la escuela, hacer tareas y jugar. De pequeña creía que esa finca era mi mundo, por lo tanto, salir de allí era una locura. ¡En fin!, vino el colegio, moverse a la ciudad, y fue en Bogotá donde me aferraba a entender que no había más allá de Colombia.

A medida que fui creciendo, me negaba a aceptar la realidad socioeconómica de mi país, paralelamente me estaba convirtiendo en la adulta a quien siempre critiqué: aquella que juzgaba y hablaba sin saber, sólo por las apariencias. Un día sin planearlo tanto, decidimos con mi esposo salir a Nueva Zelanda para aprender otro idioma, conocer gente y descubrir el mundo. Así inicié este viaje como emigrante, dejé todo, sin remordimientos y con la esperanza de que lo que estaba haciendo iba a funcionar para algo.

Cuando empecé a vivir esta experiencia descubrí tres mentiras: “adaptarse sería fácil”, “quien vive en el exterior hace mucha plata” y, “quien sale del país tiene mucho dinero”; luego de comprender esto, empecé mi trabajo de desapego, tenía que soltar mi pasado y dejar de pensar con ansiedad en el futuro, así podría enfrentarme a mi nueva realidad, la cual “pintaba” de acuerdo a la interpretación que le daba.

Soltar mi ego, fue de las cosas más fuertes, entender que acá era una más, y sentir la frustración de no dominar el idioma lo suficiente para encontrar un trabajo semejante al de mi vida anterior. Un día me pregunté ¿por qué quiero vivir como antes, si cuando lo hacía no me sentía del todo feliz? Luego de ese cuestionamiento entendí, ¡por fin!, que era el momento para poner mi cerebro más flexible y empezar a disfrutar. He tenido la fortuna de estar en cientos de lugares desempeñando roles los cuales jamás imaginé, de cada sitio he salido con nuevas vivencias,  buenos amigos y más palabras para mi vocabulario en inglés.

Otra cosa que me costó bastante fue asimilar que no tenía el control de las situaciones; todo cambia repentinamente, un día estás aquí a la semana cambias de lugar, pasas de dormir en una habitación a vivir en un carro o un hostal, todo eso hace parte de la aventura.

Aunque esta es mi primera experiencia en otro país, y espero no sea la última, me ha enseñado a comprender tantas situaciones que años atrás jamás hubiese entendido, ha sido un proceso de aprendizaje profesional y personal, prácticamente lo que no aprendí en 27 años lo vine a hacer en año y medio. Seguramente cuando regrese a Colombia, me sentiré y me verán diferente, pero tengo la certeza que seré más consiente y empática.

A quienes piensan en emigrar y les da miedo, les doy este sencillo mensaje: es mejor perder intentándolo, que permanecer quieto fantaseando con algo que nunca se hizo.

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