Que éste es un mundo paradójico, plagado de contradicciones, cualquiera lo sabe: el Día del Trabajo, no se trabaja; ¿quieres estacionar el coche? Donde se puede no hay lugar y donde hay lugar no se puede. El Día de las Madres, qué padre, pero el Día del Padre, pura madre (dicen); “patria” viene de padre, pero hablamos de la “madre patria”; “Madre sólo hay una”, abnegada, sacrificada, entregada, la “Reina de la casa”, pero cuando algo nos importa poco o queremos descalificarlo, “¡me vale madres!”. Un verdadero contrapoema: llamar a los ancianos “adultos en plenitud” (¿plenitud de achaques?). ¿La joya? La pena de muerte: “Para que aprendas que no se mata, te mato”.
Todo eso es viejo, como el hecho de que muchos profesores jamás lean un libro (¿para qué, si ya leyeron tres o cuatro 20 ó 30 años atrás?); o que un secretario de Educación (ojo, educación) diga “ler” a cambio de “leer”, o que un secretario de Hacienda (ojo) afirme que el aumento de la gasolina no afecta a la gente pobre, ya que sólo la consumen los que tienen automóviles… Bueno, por supuesto, a la gente pobre no le subirá el frijol ni el jitomate ni el plátano que son transportados en camiones cuyos dueños absorberán el incremento del combustible porque son muy generosos, ni subirá el precio del transporte público porque los concesionarios se harán cargo del aumento sin repercutirlo al usuario. ¡Para Groucho Marx! (“Estos son mis principios”. Si no te gustan, tengo otros”).
Las reglas originales del Maratón consistían en colocar sobre el tablero una ficha de color, reservando a la negra para “La Ignorancia”. Se lanzaba el dado y se leía de una tarjeta una pregunta al jugador en turno. Si el jugador no conocía la respuesta, y tampoco los otros participantes, se movía la ficha negra, es decir, avanzaba La Ignorancia.
Hoy parecería que las reglas han cambiado y que el chiste es que avance la ficha negra. “¿Quién dijo «El respeto al derecho ajeno es la paz»?”. “El Chicharito”. Vas. Avanza La Ignorancia y, si ella llega primero, ganas tú.
Todo lo anterior se sitúa en el terreno de la paradoja; directa, muy directa o indirectamente, se niega lo que se afirma. Nada más que aquí no hablamos de retórica sino de una lamentable realidad. Una realidad que va de la mano de la posverdad (David Roberts), que no es precisamente que se corresponda con la mentira sino más bien con una intencional distorsión de la verdad: los hechos objetivos pasan a un segundo plano o se ignoran y se privilegia la apelación a las emociones y a las creencias personales. Es verdad, pues, aunque no lo sea. Punto. Es verdad porque lo digo yo. Algo como “El Estado soy yo” (L’État, c’est moi), la soberbia expresión de Luis XIV.
Efectivamente, además, hay una especie de nueva profesión, un nuevo oficio: el de hacer creer… lo que sea (no, no, no hablamos de religión, o al menos no de religión en su sentido cultural típico), lo que con extrema facilidad encuentra ecos y apóstoles en la ignorancia. Tal oficio puede responder a intereses o no hacerlo y provenir de una graciosa, deportiva, espontánea, aventurera y a veces oportunista propensión a llamar la atención o, ciertamente, a ir más lejos: jugar al héroe o a la heroína como protagonistas de un “yo sé, yo lo dije, soy el que sabe”. “Soy distinto”. La perezosa facilidad de dar por cierto lo que sea, ayuda. ¿Indagar, dudar, cuestionar? Qué flojera.
Luego, el sentimiento ilusorio, ficticio a todas luces, de superioridad, en virtud del cual los ignorantes soberbios se conciben más inteligentes y con más conocimiento que las personas que sí saben. La ecuación es rara: no saber es saber; mientras menos sabes, más sabio eres.
Y así se traen y se llevan, traspasando los límites de cualquier cosa parecida a la razón, toda clase de paradojas y retruécanos: ¿para qué leer, informarse, dialogar o pensar, si en el bolsillo izquierdo del chaleco algunos cargan la verdad, que no es otra cosa que un barato artículo adquirido en la oferta de los sistemas de creencias basados en el rumor, el chisme o las teorías de conspiración elaboradas en un taxi: “el coronavirus es una invención de los gobiernos para bajar los sueldos”; “la Tierra es plana”; “las vacunas no sirven”; el Holucausto nunca existió”.