Parte 3
Antes de embarcarse en este tramo final del descampado los invito a que relean la Parte 1 y la Parte 2.
¿Qué había pasado? ¿Había sido error de Valentina? ¿O de Susan, por no hacerse entender? ¿Y qué podíamos hacer al respecto? ¿Había forma de echarnos hacia atrás ahora, con todo lo que habíamos dejado de lado?
Nada tenía una respuesta certera, pero lo que si era seguro es que debíamos tomar una decisión y desarmar ese ambiente en ebullición cuánto antes.
Acordamos con Susan que necesitábamos un tiempo para pensarlo y que regresara a la mañana siguiente; para ese entonces ya tendríamos una respuesta.
Y así fue. Susan se fue y nos quedamos todos mirándonos las caras, con una pila de cosas que organizar. ¿Y ahora?
Por suerte, Samuel tomó la iniciativa enseguida; nos reclutó a Adriano, a Valentina y a mi para montar las carpas y lo animó a David para que se hiciese cargo del fuego y la organización de la comida para esa noche; mientras Josefina recolectaría lo que cada uno había traído (arroces, legumbres, algún enlatado). El resto del grupo juntaría ramas y troncos, tanto para prender el fuego como para sentarnos alrededor.
Cuando cada uno terminó con sus actividades nos reunimos todos de nuevo alrededor del fogón. Comimos en silencio. Al terminar, Valentina propuso que tomáramos finalmente una decisión y nos olvidáramos del tema hasta el día siguiente.
No había mucha vuelta que darle; o nos quedábamos o nos íbamos. Y lo cierto es que ya habíamos generado tanto movimiento para dejar la vida que teníamos atrás, que lo único que significaría quedarnos era que el desafío escalara aún un poco más.
Y entonces, con la decisión tomada, ¿qué quedaba por resolver?
Pues todo… cómo construir, qué construir, dónde hacerlo… ¿Acaso había carpinteros en el grupo? ¿arquitectos? ¿y qué comeríamos? Porque claro, teníamos un cocinero, y varios que nos dábamos maña, pero, ¿y los alimentos? ¿y el dinero? Eran muchas las preguntas y nadie había pensado demasiado en el futuro.
Ahora, también sucedió algo increíble -como suele ocurrir en toda situación límite-; y es que comenzaron a surgir tantas ideas y habilidades escondidas…
David en seguida se puso a investigar sobre huerta y decidió que una zona del descampado quedaría reservada para la producción de alimentos. En principio serían solo vegetales, había dicho. Quizás algunas gallinas y pollos. Con el tiempo lo iríamos ampliando.
Adriano y Juan, habiendo trabajado en construcción, parecían tener buena noción sobre el tema. Serían viviendas simples. Hechas de barro y paja y algo de madera y vidrio. Los materiales serian reciclados, en su mayoría.
Para conseguirlos, un grupo se pasearía por las zonas aledañas y recolectaría material de descarte de otras construcciones. Usarían la van de Valentina y, lo que no se consiguiera lo compraríamos. Pues la idea era usar el dinero eficientemente; solo para lo indispensable.
Acordamos que Valentina estaría a cargo de la organización. Se aseguraría que cada mañana y cada noche nos reuniéramos todos a planear actividades para el día siguiente y las mejoras a tener en cuenta.
Finalmente… el tema dinero. ¿Qué haríamos cuando se acabaran las reservas? Y para resolver eso, Samuel tuvo la mejor idea. Al ser programador, él podría seguir trabajando. Lo único que necesitaría era poder viajar a Wanaka algunas veces a la semana para poder usar Wifi sin inconvenientes.
Todos estuvimos todos de acuerdo, pues, era importante contar con esa entrada. Se armó una planilla para pactar los turnos para hacer uso de la van.
La adaptación duró algunas semanas, pero en seguida entramos en ritmo y todo ya marchó bien. Cada uno enfocado en lo suyo, y con Valentina liderando todo, no hubo mayores desencuentros.
Pero, como toda historia real, en algún momento las cosas se vienen a pique.
Fue un día, ya pasado el verano y poniéndose los días cada vez más fríos (la isla sur no es tan cálida como la norte, y menos tan al sur como estábamos nosotros), que nos dimos cuenta que, aunque casi todas las casas ya estaban por terminarse, aún no teníamos donde estar cuando se viniese el invierno. No teníamos cocina ni sala de estar (cocinábamos a la intemperie aun), no había un lugar interior aclimatado, y las casas habían sido construidas con paredes anchas y doble vidrio en las ventanas; nada de calefacción.
Valentina convoco una reunión y se decidió que era lo próximo a resolver. Para eso, debíamos invertir gran parte del dinero que teníamos. Estuvimos de acuerdo todos…
Pero, Samuel tenia novedades.
“Tengo que decirle’ algo…” recuerdo que dijo aquella tarde mientras tomábamos mates con el fuego ya iniciado.
Le tomó un tiempo hablar.
“Me han ofrecido un ascenso…” su mirada en el suelo.
Pero, yo sabía que esa no era una buena noticia para el grupo, y mucho menos para mí. Algo adentro mío, en silencio, se quebró.
Había estado esperado este momento hacia tiempo ya. Lo había sospechado desde el día que decidimos que él seguiría trabajando. En seguida confirmó mis pensamientos.
“Pero no puedo seguir con esto… me llevaría lo’ cinco dia’ de la semana.”
Carmen se paró de golpe. “Y lo vas a acepatar, ¿imagino?” dijo, y fue con tanto odio que parecía que sus ojos estallarían.
“Pue’, sí. Quiero hacerlo.”
“¿Y nosotros qué? ¿Nos morimos de frio? ¿De hambre? ¿De dónde sacamos la plata para seguir levantando todo esto? Veo… veo que a vos eso te importa nada.”
La decepción y bronca era generalizada. Valentina quiso calmar las aguas, pero no hubo caso. La mayoría se retiró. Quedamos solo Samuel, Valentina y yo; callados.
Y a mí me dolía todo… Ya no me importaba que iba a pasar con el lugar, ni con el proyecto. Samuel era mi compañero y había sido una gran parte de mi felicidad en todo esto. Las cosas se pondrían difíciles. El dolor me abrazó, y con el lo hizo Samuel.
Recuerdo que en ese momento reconocí, que, aunque odiaba que se fuera, era su decisión y deseo y eso estaba muy bien.
Samuel se fue al otro día. Y fue triste la verdad, pues la mitad del grupo no apareció para despedirlo.
Iba a ser difícil olvidarme de él.
Por días quedamos muy golpeados, aletargados, sin ganas de nada. Las dificultades, y discusiones entre nosotros se incrementaron. Parecía que el grupo se desmoronaba.
Pero no, en poco tiempo, increíblemente, yo me sentí renacer. Y, sin pensarlo mucho, me puse a la par de Valentina a gestionar, a tratar de romper con esos aires de cementerio.
Yo había escuchado que algunas comunidades se manejaban por canje y dinero interno, asique pusimos manos a la obra y empezamos a desarrollar esa modalidad con los vecinos más cercanos. Y funcionó estupendamente.
En tres semanas tuvimos las casas, la cocina y la sala de estar terminadas. La huerta crecida, las gallinas y pollos paseando contentos y hasta incluso pudimos incluir una vaca lechera. Los siguientes meses fueron hermosos. Cada vez más unidos, ya sin depender del dinero, y con los problemas resolviéndose forma mucho más amena.
Y se preguntarán como terminó toda esta aventura…
Pues aún no termina.
Desde hace más de dos años vivimos acá. El grupo fue mutando; se fueron unos, se sumaron otros…
Y ahora el proyecto toma otro color. Pues nos hemos convertido en un hogar “de paso” para todo aquel viajero latino o hispanohablante que necesite un lugar donde parar; unos días, unas semanas o incluso meses.
Solo hay dos condiciones; una, el aporte en forma de mano de obra para la huerta y los quehaceres diarios; y dos, hacer el “boca a boca” para que más latinos se sientan acompañados en sus aventuras.
Les dejo aquí el link del grupo de Latinos en Nueva Zelanda.