Y si como en un escalofrío te viera a vos en frente y me extendieras la mano entre las bocinas de los autos y cruzáramos por la plaza hundiendo los pasos como en una ciénaga tropical, escondiéndonos detrás de un árbol para hacer pie y besarnos… en un último envión, llegaríamos a tu casa me harías un té para calentarme las manos y sentir el gusto a miel pura desparramándose por todo mi cuerpo.
Pronto caeríamos en tu alfombra de piel de llama, desnudos, mordiéndonos en besos, re-hidratando los cuerpos disecados por la contaminación de la ciudad.
Nos miramos sabiendo que somos lo mismo, nos miramos sabiendo que nos encontramos, que todo el sufrimiento vale si esto es verdad.
Apagamos la televisión del trabajo, los concursos, las exigencias, y los ojos de la gente muerta de miedo.
Te despertás, finjo que duermo, me das un beso, te estás vistiendo de espaldas, los primeros rayos de la mañana pintan tus pecas, susurras la canción que siempre canto… la destilación de nuestros cuerpos mezclados sobre la almohada, el gesto frágil por el que adivinas que estoy despierta, tus discos de vinilo mirándonos y tu abrazo de rejas, me in-mo-vi-li-zan-n-n-n.
No pienso.
Abro bien grandes los ojos y observo las condiciones de luz que embrujan tu casa en ésta atmósfera matinal tan perfecta, tanto que decido irme para que no te acostumbres a compartir desayunos.
El camino a mi casa brilla, los rayos solares me encandilan la cabeza en un vacío andrógino exacto y puntual. Los pasos suenan a escarcha, la calle vacía bosteza en un feriado inédito, cruzo la plaza que tiene ahora otra voz, repleta de presencias. Los árboles me miran respetuosos desde arriba, los arbustos me saludan y juegan, las hojas me enredan los pies amarillos, las piedritas me piden patearlas en zig-zag. La rutina suena hoy a cascabel de gatito. Llego a casa, esta temblando, me ve y se transforma en su nariz repingada, en su pose de raza, en sus pasos livianos de desinterés escéptico y crónico, viene hacia mi, se para en el punto de siempre gastado en el piso. Esbelto y despreocupado se sienta, me mira de reojo, abre la boca pero no maulla, cierra los ojos casi al borde de escapársele una sonrisa. Ronronea, lo acaricio, su pelo largo sedoso y blanco me deja las manos brillando, tanto que me veo en ellas, a medida que lo desenredo mi memoria se diluye.
Y por mas que hago el intento no puedo recordar el sonido de tu nombre, y el tú se vuelve número fulano, dispersándose entre ése caos binareo de ceros y unos que no manejo. El gatito pide comida. Después sube a mi falda. Sos mi rey para siempre- le digo. Se refriega en mi pecho, le leo, nos da sueño y dormimos.
FIN