Sola, ebria y devastada,
repite el espejo de miradas en la escarcha invernal
como las vísceras extirpadas (calientes todavía)
que harán de alimento a otro animal.
Espían y se ríen los truhanes subterráneos
repletos de barro primigenio
tesoro inédito que acaparan
y resguardan para la nueva era que ha de llegar…
el viento me invita sus secretos,
el viento a ráfagas lacerantes le revela a mis oídos
aquello que nadie puede escuchar.
Yo y esa cucaracha de carne ancestral,
(fluo ahora en pesticida)
miramos el mundo desde el mismo punto embalsamado…
Hay algo en ése matorral neuronal
que insiste en la existencia de cuerpos cósmicos afuera.
Sistemas y galaxias repletas de ése infinito
que ni el mayor éxtasis sináptico nunca jamás será capaz de procesar.
Tic tac
Tic tac
…
Las onomatopeyas cierran
y vuelven a iniciar sus ciclos vitales.
El tiempo es un detalle, neblina absurda,
no mata la injusticia anterior.
Lo indecible por el oprimido persiste,
es una verdad profana
que sobrevive moribunda respirando impunidad.
Ellos lo saben y añoran a rezos saltos cuánticos
que equiparen tan bárbara desigualdad.
Una suerte de intención
en el bombeo programado del corazón
se encapricha en cambiar el centro.
Pero la dialéctica del cotidiano
me aterriza de un bombazo a la mediocridad,
cárcel e isla
observado y observador
siniestra y libertaria condición.
A veces soy yo
y el anonimato y la desinformación morfina en mi anestesia…
otras me veo los hilos…
Todavía me queda grande el traje de mediador.
Marioneta o no las patadas y el aliento son míos,
el calor de mi cuerpo, los mareos
y la risa también.
Una luz en el escepticismo crónico
que de tan esclarecedora no me deja ver.