El otro día me crucé con mi amigo Francisco, el del colegio. En octavo de EGB fuimos los fundadores y creadores de un plan de estudios único, una técnica infalible. Yo estudiaba para un examen y él me copiaba, el siguiente examen se lo preparaba él y yo copiaba. De esta forma tan peculiar, estudiábamos la mitad que todos los demás estudiantes de la escuela. Si nos ponían en mesas muy separadas, curiosamente el sistema seguía funcionando a la perfección: no aprobamos ni un examen.

El segundo trimestre la técnica cambió, ya no copiábamos, pero estudiábamos juntos. Creábamos unos esquemas de estudios que rozaban la perfección. El orden de los factores no altera el producto: no aprobamos ni un examen. Resumir un tema de 32 páginas en un folio sólo por una cara, era resumir demasiado.

El tercer trimestre dejamos de estudiar juntos, y quizás también por separado, porque seguimos sin aprobar ni una. En las observaciones de las notas del último trimestre se podía leer: “pensábamos que el problema de su hijo eran sus amistades, pero ahora tenemos dudas, de todas formas, su hijo ha tocado fondo, pero si se sigue juntando con su amigo Francisco estamos seguro de que seguirá cavando”.

En el “siguiente octavo”, algunos lo llaman repetir, yo lo llamo reforzar los conocimientos adquiridos del año anterior, afianzar o simplemente “el octavo bueno”, nos cambiamos de colegio y las aprobamos todas, o eso creo, porque nos volvimos a encontrar en el instituto. Nuestros padres nos tenían prohibido incluso el saludarnos, pero ¿os imagináis que los padres de Steve Jobs y Stephan Gary Wozniak (fundadores de Apple), les hubiesen prohibido juntarse?

Aún con la prohibición, seguimos creyendo en nuestros sistemas y en nuestra amistad. En segundo de BUP creamos la chuleta “invisible”. La escribíamos con un Rotring de 0,1mm (lo siguiente hubiera sido escribirla con una aguja quirúrgica) y la lupa que su abuelo utilizaba para leer los periódicos. El problema de este avance tecnológico es que, llegado el momento, sacabas la chuleta y te dabas cuenta de que sin la lupa no podías leer nada, ni apretando los ojos hasta que se te saltaran las lágrimas. Una metáfora de la vida: sabíamos que la respuesta estaba en nuestras manos, pero no podíamos verla. Si no posees unas gafas del mismo grosor de la lupa con la que has escrito la chuleta, ¡estudia!

Recuerdo el día que nos presentamos a un examen de recuperación de ciencias naturales, concretamente la evolución y selección natural. La profesora llevaba días diciendo que quién no hubiese estudiado para entonces, que no se molestase en abrir el libro, porque ya era demasiado tarde. Eso no iba con nosotros, nosotros éramos distintos, éramos la evolución. La noche anterior al examen nos llenamos dos termos de café y nos fuimos a la biblioteca a estudiar toda la noche como unos campeones. A la mañana siguiente sabíamos más de la evolución que el propio Darwin. Ninguno aprobó, y no creo que fuese porque no supiéramos las respuestas, lo sabíamos todo, pero tomamos demasiado café y llegamos al examen nerviosos como ardillas. Recuerdo que incluso las letras del examen se movían. Ahí estuvo nuestra perdición. La profesora tenía razón, a esas alturas no teníamos que haber abierto el libro.

Se nos quedó pendiente perfeccionar las clases “Take Away”. Un día nos llevamos una grabadora para grabar la clase de historia. La escucharíamos con atención más adelante, digamos un rato antes del examen. Cuando llegamos a casa y probamos la grabación, solo se escuchaba a mi querido amigo tocando la batería con un boli sobre la mesa. Escuchad con atención, ¡pon! ¡pon! ¡ponpón! ¡pon!, y esto que os acabo de decir es muy muy importante y entra en el examen, !porropopón!

El otro día, cuando lo vi estaba calvo y tenía gafas, por lo visto, al final de muchos años de esfuerzo y dedicación, acabó la carrera de ingeniero aeronáutico, pero a mí no me engaña, os puedo asegurar que, viéndole el grosor de las gafas, sé cómo aprobó la carrera y no me vuelvo a montar en un avión.

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