En la tarde del 13 de marzo de 2013, la fumata blanca emergió sobre la Plaza de San Pedro. Cientos de miles de personas esperaban el nombre del nuevo Pontífice. Lo que nadie imaginaba era que ese nombre sería el de un jesuita argentino, nacido en Buenos Aires, de mirada serena, con sentido del humor y humildad. Jorge Mario Bergoglio, hijo de inmigrantes italianos, hombre de barrio, se convirtió en el primer Papa latinoamericano. También el primero en adoptar el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís conocido como el santo de los pobres por su servicio comunitario. Ese día de marzo fue el comienzo de una revolución pastoral, simbólica y cultural con epicentro en el Sur.

Francisco entró en la lista como el sucesor número 266 de una línea que comenzó con San Pedro en el Siglo I d.C. Desde aquel pescador hasta el jesuita de Flores, la historia de la Iglesia atravesó imperios, guerras, concilios y reformas. Pero fue en 2013 cuando, por primera vez, la voz de América Latina resonó desde el balcón de San Pedro.
Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Flores, un barrio bonaerense. Estudió química pero pronto sintió el llamado del sacerdocio. Fue ordenado como tal en 1969. Como jesuita, su formación combinó teología, filosofía y una profunda lectura de los contextos sociales. Sus decisiones lo llevaron a caminar por las villas, cárceles y compartir con quien necesitara de él en su labor.

Desde joven mostró una sensibilidad particular hacia la cultura, lector de clásicos y melómano apasionado del tango, ritmo de tradición rioplatense. Admirador de Jorge Luis Borges, con quien tuvo correspondencia e incluso compartieron varias anécdotas, según relatan. También fue un lector apasionado de Ernesto Sabato, Dante Alighieri, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, entre otros tantos autores de su vasta biblioteca políglota. En varias homilías y discursos citó pasajes literarios de muchos referentes latinos y europeos.
Además expresó su admiración por artistas populares como Mercedes Sosa, León Gieco y Silvio Rodríguez, destacando en ellos su compromiso con los más humildes y su capacidad para dar voz a los silenciados. Bergoglio sintió una conexión profunda con las obras de Caravaggio, pintor italiano, en especial con La Vocación de San Mateo, cuadro que ha citado como representación visual de su propia conversión espiritual.
La cultura, para Francisco, nunca fue decoración sino forma de encuentro, conciencia crítica y belleza encarnada en el pueblo. Tanto así que promovió encuentros artísticos impulsados por Scholas Occurrentes, una organización que une arte, tecnología y valores para jóvenes de todo el mundo.
Si bien su figura fue controversial en los años en que Argentina fue intervenida por el golpe cívico-militar, ya como arzobispo de Buenos Aires, impulsó homenajes a las víctimas del terrorismo de Estado, dialogó con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y acompañó la recuperación de la identidad de nietos apropiados. Y desde Roma, condenó el trabajo esclavo, el tráfico de personas, el racismo y la exclusión de los migrantes. Ha interpelado al mundo sobre la situación de los refugiados y ha denunciado las lógicas del descarte, la violencia y la devastación ambiental.
Bergoglio surgió en el sur y siempre se posicionó como Latinoamericano. En sus visitas al continente (Brasil, Bolivia, Paraguay, Cuba, México, Chile, Colombia y Perú), Francisco no se limitó a hablar como líder espiritual. Se dirigió a movimientos sociales, pidió perdón por los crímenes cometidos durante la colonización, reclamó justicia para los pueblos originarios y llamó a una reforma integral del sistema económico global.

Es el único Papa que ha recibido en el Vaticano a líderes de organizaciones populares, trabajadores informales, personas que no se identifican en el sistema sexista, como así también referentes culturales no alineados con el poder tradicional. Recibió a personas que predicaban lo contrario a sus reclamos, incluso a aquellos que no coincidían con sus discursos, a quienes lo criticaron, abriendo así el diálogo global.
Hoy, a más de una década de su elección, Francisco sigue siendo una figura inclasificable: el Papa que abre puertas en un lugar que acostumbró a cerrarlas, que usa Twitter pero no abandona la oración, que pide una Iglesia “de pobres para pobres” y denuncia que “esta economía mata”.
Jorge Mario Bergoglio, quien falleció el pasado 21 de abril a los 88 años, sigue siendo el pontífice de las primeras veces. Fue el único hasta el momento que vivió fuera del Palacio Apostólico, el pionero en firmar una declaración de fraternidad con autoridades islámicas y el primero en visitar países como Irak. Con su muerte eligió marcar otro precedente: el pontífice argentino es el primero en un siglo que no es sepultado en las grutas de la Basílica de San Pedro.
“Deseo que mi último viaje terrenal termine precisamente en este antiguo santuario mariano, donde siempre me detengo a rezar al inicio y al final de cada viaje apostólico, confiando mis intenciones a la Madre Inmaculada y dando gracias por su dulce y maternal cuidado”, se lee en el testamento del pontífice.

El Cónclave 2025 para elegir al sucesor comenzó el miércoles 7 de mayo a las 16:30 (hora de Roma) en la Capilla Sixtina del Vaticano. Tras cuatro votaciones, la más rápida de la era contemporánea, el jueves 8 de mayo a al rededor de las 18.00 (hora local), la tradicional fumata blanca comenzó a salir para anunciar que el cónclave de 133 cardenales había elegido un nuevo papa. Robert Francis Prevost fue elegido como el nuevo papa de la Iglesia Católica y será León XIV.
Nació el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, hijo de madre de ascendencia española, ingresó al noviciado de la Orden de San Agustín (OSA) en 1977 e hizo sus votos en 1981. Sin embardo, en el año 2015 obtuvo la nacionalidad peruana, tras trabajar y residir en el país por un largo periodo. Prevost era el presidente de la Pontificia Comisión para América Latina desde enero de 2023 y fue nombrado cardenal por Francisco el 30 de septiembre de 2023.
