Hay varias opciones. Por ejemplo, creer que “El entusiasmo es la cosa más importante en la vida”, como decía Tennessee Williams. O pensar como Voltaire que “El optimismo es la locura de insistir en que todo está bien cuando somos desgraciados”. Como quiera, para lo que se avecina a partir del 2021 hay que sumar lo necesario y, como decían los abuelos, “sacar fuerzas de flaqueza”.
Antes de la pandemia las cosas no iban nada bien para la mayoría de los habitantes del planeta, pero efectivamente aquélla vino, por una parte, a desmaquillar distintas realidades y, por otra, a ser un dramático hito, un indicio, un “de aquí en adelante”.
Para empezar –o quizá en medio– ya la Organización Internacional del Trabajo calculó que en el segundo trimestre de 2020 se perdieron en el mundo cerca de 500 millones de empleos de tiempo completo. Hace tiempo, mucho antes de la COVID-19, estimábamos que entre 2020 y 2040 habría pérdidas millonarias de empleo a nivel mundial gracias a la Revolución 4.0 de inteligencia artificial y a la sustitución de personas por robots.
Si seguimos como hoy, incluso si hacemos esa clase de cambios que no cambian nada (las simulaciones típicas de la política y la academia), con pandemia o sin ella para 2050 los seres humanos estaremos en gravísimos problemas para sobrevivir prácticamente irreversibles (la Sexta Gran Extinción), esto es, dentro de 30 años, según el Intergovernmental Panel on Climate Change (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático).
Además de la amenaza de un virus que muta como se le da la gana, están las del cambio climático, la escasez de agua y la pérdida global de empleo, cualquiera de ellas una adversidad capaz de desatar a su vez enormes y distintas calamidades, algunas insospechadas. Como respuesta a todo ello, una y otra vez hallamos entre quienes toman decisiones la omisión, el encogimiento de hombros o una suerte de antojo –a veces ingenuo, a veces retorcido– de volver a la “normalidad” o a eso que llaman “nueva normalidad”, que no es otra cosa que más de lo mismo (que no funcionó) con pequeños ajustes.
Lo que sigue, es más o menos esto: en menos de cinco años, los habitantes del planeta que puedan adquirir la tecnología necesaria obtendrán agua del aire, y un poco más tarde el dinero físico prescribirá o se usará muy poco, hecho que complicará las transacciones para quienes carezcan de cuentas bancarias o de algún otro tipo.
Idiomas como inglés, francés, italiano, español, japonés, chino y 40 más no tendrán que aprenderse, a menos que sea por gusto: los traductores electrónicos hacen ya y harán el trabajo en tiempo real, desplazando a miles de profesores e intérpretes.
En menos de 30 años el aprendizaje en línea terminará con las universidades como planteles físicos de operación presencial y mucho antes desaparecerán varias carreras. Será difícil ser profesor. Pero antes, entre 2020 y 2040 habrá en el mundo muchas migraciones y revueltas populares a causa del fin del trabajo, la violencia, la debacle económica, la escasez de agua y el enorme distanciamiento entre pobres y ricos.
Para el 2030 o un poco más la gente prolongará su vida buscando la inmortalidad (la ciencia ya trabaja en ello) y ocupando por muy largo tiempo puestos de trabajo y, en menos de 15 años, todo el planeta estará vigilado por cámaras. 10 años antes habrá nanorobots que viajarán por el torrente sanguíneo: se usarán para ciertas batallas quirúrgicas. De paso, para entonces, la privacidad personal se perderá casi por completo. Ya estamos en el límite.
En menos de 25 años los vehículos autoconducidos serán lo común: desaparecerán los taxistas. Iniciará el boom de los implantes cerebrales y para entonces un robot personal empezará a ser tan común como una estufa.
Antes de 2040 se empezará a introducir nanomáquinas en el cerebro y poco después chips con toda clase de información. ¿Para qué estudiar? En ese mismo año se podrá programar a las células a fin de evitar enfermedades o bien para curarlas y, a más tardar para la misma fecha, prácticamente se habrá perdido el uso de la palabra manuscrita.
Si sobrevivimos al calor y a sus efectos, en menos de 50 años habrá emulaciones y simulaciones de la realidad, perfectamente funcionales, y las tecnologías genéticas provocarán más desempleo, más pobreza y más revueltas graves. La neurotecnología, la nanotecnología, la nanomedicina, la inteligencia artificial, la robótica, la cibernética, la informática, la economía, la astrofísica, la meteorología, los estudios sobre el futuro y la arquitectura bioclimática serán los grandes campos de estudio.
Surgirán ejércitos de robots y otras entidades mecánicas o biomecánicas dotadas de inteligencia artificial, para controlar revueltas sociales. Las máquinas dictarán políticas. Habrá laboratorios de clonación por todas partes. Se suplantará toda clase de órganos con impresoras 3D que habrá en cada hospital. Probablemente sobrevendrán guerras, no por petróleo sino por trabajo, agua y terreno.
No sabemos cuándo construimos la paradoja de que toda solución es un problema, pero lo que sí sabemos es que urge un canje de mentalidades y, claro, echarle todas las ganas. De no hacerlo, Metropolis, Mad Max, Fahrenheit 451, 1984, Minority Report, Brazil, Videodrome, Gattaca, Children of men y otras películas distópicas, nos quedarán chicas.