La belleza es engañosa porque nos la enseñan,
aprendemos a apreciarla a través de parámetros arbitrarios y ajenos,
parámetros que se van alterando en función de las demandas socioculturales e intereses políticos de la época.
Si nos fiáramos entonces de entender la belleza segun lo anterior,
habremos caído en la trampa,
el engaño, embuste, artimaña, la confusión popular tan vigente y eficaz
de reemplazar nuestra percepción exclusiva de individuos únicos,
por todas aquellas circunstancias caprichosas externas.
Pienso en la belleza como un tesoro que sólo se halla en el campo de lo desconocido,
un tesoro que consta de tantas formas diferentes según individuos existen,
y al que accedemos de una manera procesual un tanto compleja y dificultosa a medida que vamos despojándonos de todas aquellas interferencias que nada tienen que ver con nuestra frecuencia esencial.
Creo que la belleza termina de asimilarse en esa parte del recorrido cuando hemos explorado tanto,
que al fin somos capaces de desplazar el centro aprendido hacia los demás lugares,
cuando ya no hay puntos selectos o lugares comunes efectivos, sino rumbo, ruta, camino, desplazamiento, incertidumbre, aventura, destino.
Es en esos valores cuando nos atrevemos a transformar, torcer, desviar lo construido,
cuando finalmente entendemos que, más allá de todo, la belleza
es una búsqueda personal tan profunda como hondo nos atrevamos a bucear,
la belleza es, en fin, la forma particular de percibir el mundo y vivir de acuerdo con ello.
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