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El Inicio de Un Vínculo de Fuego

Maria Lucia Thomas
El inicio de Un Vínculo de Fuego

Con los pies desnudos y la piel de los brazos, torso y piernas al descubierto, Jano camina sobre la tierra y las piedras frías; trae una manta de colores otoñales sobre uno de sus hombros.  El sonido de las ramas debajo de sus pisadas cruje y sus plantas recogen las hojas húmedas del rocío vespertino. En el horizonte ya está amaneciendo; el sol tiñe el cielo de ámbar, verde y celestes variados; acaricia el agua, a quien saluda en un nuevo día.

En forma de círculo, no muy apartado del camino que sigue, hay una serie de troncos dispuestos uno sobre el otro; es el círculo de reunión de la comunidad, el lugar donde se llevan a cabo las celebraciones y grandes acontecimientos.

La noche que ha quedado atrás ha traído expectativa e ilusión a su pueblo, pues un alma ha reencarnado en una pequeña criatura de sexo femenino.

Jano se acerca al círculo vincular y recuerda lo que alguna vez fue su propio fuego de nacimiento. Contemplando la pila de troncos, como en vigilia, toma la manta de sobre hombro (los pelos de sus brazos y pecho se han erizado) y se envuelve en ella; ya pronto la aldea entrará en movimiento y podrán iniciar el recibimiento formal de la niña.

Jano cierra los ojos y respira la brisa matutina; la encuentra incisiva, punzante. El frío se hace camino por su nariz y llega a sus pulmones, hinchándolos -la zona inferior de su abdomen también se ensancha. Así, retiene cuanto puede el aire, y en unos segundos su cuerpo solo pide por la exhalación, desde la cual libera toda la tibieza contenida en su interior. Expulsa nervios, pero retiene el porvenir.

Jano permanece en este estado lo que dura el recorrido del sol desde abajo del manto marino hasta que se desprende de aquel trazo superficial que divide lo que se ve de lo que se oculta; la perfecta esfera de oro ahora sobrenada plena.

Con la vista en pausa, escucha un llanto novicio; criatura ya se adueña del primer sentido adquirido en el vientre de su madre y pide con desgarro. Pero enseguida se aquieta y vuelve a gobernar el silencio; ha encontrado el pecho, aquella fuente infalible de alimento.

Pasos cortos, livianos y ligeros se acercan. Luego, una voz profunda que aconseja. Jano aun no quiere interrumpir su propio silencio, pero luego, ante la insistencia del niño escurridizo, se da por vencido y abre los ojos. Con una sonrisa, se auto-recoge del suelo, y se aleja del círculo vincular, volviéndose hacia la zona de viviendas donde se encuentran su hermano y su padre.

El pequeño toma de la mano al padre y tira de su mano; le pide algo. Luego, ambos posan su mirada en Jano. El padre da señales de aprobación con la cabeza; el niño, entonces, a paso precipitado, avanza hacia Jano, quien se acomoda en cuclillas, abre sus brazos amplios y le ofrece una cálida bienvenida. El niño llega al encuentro de su hermano mayor y se zambulle en un abrazo. Jano olvida su equilibrio por un instante y se deja caer sobre su espalda.

Ríen ambos; su padre se suma con una carcajada cómplice.

Enseguida, detrás del padre, una mujer se muestra cargando una pequeña criatura en brazos prendida a su pecho. Juntas se ubican a un lado e intercambian cálidas miradas entre los cuatro; toda su atención ahora sobre la niña.

El padre, la madre y la niña caminan al encuentro de Jano y el pequeño. Juntos van hacia el círculo vincular para rodearlo y tomar sus posiciones. Cada uno ya en su lugar, esperan por la unión del resto de la comunidad, quienes enseguida se hacen ver y se ubican cubriendo los espacios libres, formando un anillo. Jano lo rompe y, de rodillas, se estira hacia adelante; recoge dos ramas de la pirámide que las frota entre sí. El anillo abierto de espectadores lo observa. Jano finalmente consigue producir una llama y ubica la rama encendida debajo y hacia adentro de los troncos.

Jano retoma el círculo volviendo a formar el anillo. Ofrece sus manos a los compañeros a sus lados. El resto imita su accionar y el anillo se cierra, se vincula. Todos inhalan profundo y soplan. Inhalan y soplan…

El fuego, fuente de luz y calor, se materializa en minutos; los rojos, anaranjados y amarillos danzan hacia arriba, más alto en cada soplido. El crujir de las ramas y hojas es tan intenso que parece llegar a los oídos del universo.

La madre de la criatura se suelta del vínculo formado y la desprende de su pecho. La besa en la frente; la contempla y pronuncia su nombre en voz alta.

– ¡PACHA!

La comunidad responde al unísono:

– ¡PACHA!

Se la ofrece su hijo menor, quien mira a su padre temeroso, dubitativo. El padre le devuelve la mirada y asiente. El niño toma a su hermana en brazos; luego la besa en la frente y pronuncia su nombre en voz alta.

– ¡PACHA!

La criatura le sonríe. Ahora recorre los brazos de cada uno de los integrantes de la comunidad, quienes imitan al niño pronunciando su nombre y besándola en la frente. La niña así recoge aromas, sensaciones; recuerda.

Finalmente vuelve a los brazos de su madre. Trae una mirada distinta; de amor y protección; de madre.

Desde la distancia Jano la mira y a su hermana recién venida al mundo. Luego mira al vínculo que rodea al fuego y trae una mano a su corazón, pensativo. Su mente y alma descansan pues sabe que su hermana está a salvo. Más que un solo par de manos estarán allí para guiarla y protegerla.

Hoy se produce una muesca en el tiempo; una grieta. Pero esta es una grieta que no divide, al contrario, une. Porque da el espacio necesario para que ocurra una nueva forma de existencia; de ser, de vivir. Una nueva forma que contempla al todo, a la comunidad y al fuego que nace desde el interior de cada uno de nosotros.

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