La luna llena. El cielo despejado. Ni una briza. La noche helada, sin nieve.
El Cementerio Old Calton de Edimburgo; allí estoy. En ese lugar donde las lápidas son de película, el frío y el miedo te penetran hasta lo más profundo de los huesos y la sensación de vacío hace que se te escape el aliento.
A lo lejos veo un hombre. Camina solo, entre las tumbas. Son altas. Algunas parecen altares, zonas de veneración. Son casas olvidadas, solitarias. Otras cubren algunos metros en el piso. Anchas, gruesas, talladas. Pienso que debe haber varios soldados enterrados, héroes de épocas antiguas y otras figuras emblemáticas. Pienso que la persona que camina sola busca a algún pariente, o quizás es un fanático ferviente de los cementerios. Un coleccionista de huesos o un amigo de la noche. Un sincasa, buscando donde dormir esta noche sin que nadie lo moleste. Sin duda el cementerio es el mejor lugar para escapar de la gente. Al menos de la que aún respira y molesta.
Camino un rato mirando nombres que no me resuenan tallados en los diferentes tipos de piedras y chapas. Una construcción cilíndrica que parece un hongo con su capuchón me mira imponente. Me acerco a leer lo que dice arriba de la puerta de rejas. David Hume. Su mausoleo.
Parece mentira que pudieran hacer semejante espamento, construir tal monstruo para alguien que no lo notaría. Quizás pensarían que lo miraría desde arriba. ¿Quién sabe? Pero no, no sería el caso de David Hume. Sería ridículo. Justo él… señor empirista.
Me doy vuelta y miro a mi alrededor. Ya no veo al señor que camina solo por las tumbas. Posiblemente ya se haya ido. Es tarde. Solo un loco se quedaría a tan altas horas de la noche dentro de un cementerio. O una loca, claro. ¿Por qué nos gusta visitar cementerios ajenos? ¿Será que los vemos como museos de defunción? ¿Portales hacia otras realidades y dimensiones?
Sigo caminando, ya me está dando frío. Siento la garganta… como mentolada, fresca. Me duele también. No sea cosa que me enferme. Creo que el lugar está teniendo su efecto. El aliento se me escapa.
Y veo una sombra. No está lejos. ¿Será el señor que camina solo por las tumbas que aún no se fue? Se me vacían los pulmones. Y el pecho. Me tomó el pecho. Ya me cuesta respirar. La sombra me sigue. Camino a paso ligero, casi corro. Pero el aire no me da. Tengo que salir. Pero está todo borroso.
Paso frente al Mausoleo de David otra vez, me tambaleo.
Y la sombra, y David Hume, y su pelo blanco a través de las rejas.
Me río. Sola me río. O no. Ya puedo respirar.
Me río otra vez. Ahora yo, David, te pregunto mirándote a los ojos. ¿Será probable que un hombre ascienda de entre los muertos?